![]()
Un niño que a temprana edad es sometido a maltrato físico, verbal y psicológico, que solo observa a su alrededor conductas violentas entre los adultos a cargo de él, que su actividad diaria se encamina a ver programas de televisión donde igualmente hay violencia y sexo a su máxima expresión, donde la chinguía, el alcohol y estupefacientes son consumidos y vendidos en su entorno familiar, donde salir a jugar se convierte para él en una zona de peligro inminente, donde la educación escolar no es un estímulo sino desesperanza, donde la violencia es su convivencia, donde la cultura del respeto a la vida es sinónimo de muerte y, donde el odio, la rabia y el resentimiento provocan heridas difíciles de sanar. ¿Qué se espera de esa criatura cuando llegue a su adolescencia? Este es el calvario del menor delincuente y que termina encerrado en una sociedad que se ha vuelto sorda, ciega e indiferente a los problemas de ellos.
No se nace con una mente criminal, la mente criminal se hace, te alimentas de ella, se crece con ella, y culminas con ella, si no hay quien le ponga un alto. Solo echemos una ojeada a nuestro entorno social y, ¿qué vemos? Indolencia, negligencia y abandono total hacia los bolsones de pobreza, aunado a lo que expreso en el párrafo anterior. Ser pobre no es sinónimo de empuñar un arma y quitarle la vida a cualquiera. En eso estamos de acuerdo. Pero, ese menor delincuente se la juega todos los días en manos de falta de correctivos, de voluntad política y de una sociedad egoísta. Pongo de ejemplo y aunque no venga al caso, la muerte de la niña a causa de un muro que colapsó en su escuela. Esa es la muerte de los menores prestos a matar, debido al muro de la infamia y de la injusticia de autoridades inescrupulosas y de la indiferencia de la sociedad.
Ser víctima de un asalto por menores y con la destreza que mostraron en el manejo del arma, como me sucedió a mí y a mis hijos, no es cosa de chiquillos. La angustia, el desespero, la impotencia y la ansiedad la sientes a cada instante, cuando te apuntan y te presionan la piel de tu cara, cuello y pecho. Lo que no es de ellos te lo quitan y si te resistes, tu vida te la quitan también. Y no todo termina allí, si sales con vida prepárate a las pesadillas nocturnas y a vivir una vida de nerviosismo y de miedo por meses y aún por años.
A la pregunta: ¿Matar es solo de adultos? Pues no. Porque, aunque no pienses como adulto, la mente te la acondicionan a tal punto que reaccionas como adulto. Y, el arma es tu lápiz, tu pluma, tu libro. Esa es tu escuela, desde la niñez hasta llegar a tu adolescencia. Es allí donde empiezas a hacerte hombrecito, pero, de la calle, de la pandilla, y si tu familia también es asesina, te sientes protegido. La vida empieza a golpearte desde temprano, es tu estímulo, esa es tu educación, la de los golpes frontales a tu alma ya lesionada. Y, de repente y no se sabe cómo, allí estás dispuesto a acabar con tu sacrificado, sin importarte nada. Debes aprender a intimidar, esa es la clásica; y como no te importa con la vida de otro, como a otros no le importa con tu vida, apuntas, disparas y, en cosa de segundos, te convertiste en un ser cruel arruinando tu vida y la de tu torturado. Es un riesgo, claro que sí, pero aprendes a no tener miedo. El miedo se deja para las víctimas. Y, a sus familiares, el llanto. He allí tu trofeo, y la perversidad te abre las puertas del mal, cuando te dice: "¡Buena esa, te lo ganaste muchacho!".
¿Qué se hace con un adulto homicida? Antes de responder, recuerda que reaccionas como adulto, porque de niño o adolescente se te enseñó a quitarle la vida a otro. Al adulto se le castiga y, ¿por qué tú no recibes igualmente un castigo? Debes pagar por el delito cometido, igual que el adulto, siempre y cuando te resocialicen y así vuelves a nacer, dispuesto a recibir aquella educación que nunca tuviste, una educación basada en el amor y donde se te enseñe que la educación académica es la única que te da las herramientas para desempeñarte ante un mundo de oportunidades y bajo los parámetros de la ley de la vida, esa que te dice que la vida se respeta, nadie la quita, solo Dios.
¿Cómo no obtener el respaldo de la ciudadanía sobre la propuesta de castigar como adulto a un menor delincuente? ¿Cómo no llegar a este punto, si gobiernos anteriores no han tenido la voluntad política de prevención ni de resocialización para este niño o adolescente criminal? Castigarlo como adulto se llama desesperación. Pero, dejar una mente criminal a la deriva y aunque sea un menor, es un factor de riesgo para todos. ¿Realmente es esta la solución? Pues no.
Nadie tiene la verdad en este asunto tan controversial, como yo tampoco la tengo. Hay que entrar en el debate con los expertos y llegar a un consenso. No se debe estar reformando o modificando leyes a diestro y siniestro. Eso se llama estupidez. Hay que pactar por la prevención y aún estamos a tiempo; para mañana, es tarde.
ESPECIALISTA DE LA CONDUCTA HUMANA.