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Facetas: Del amor y otros demonios

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H ace pocos días me obsequiaron el nuevo trabajo discográfico de Leonte Bordanea, titulado No hay bestia más feroz que el amor. Afortunadamente, porque tuve toda la intención de ir al lanzamiento del disco, hace ya algunos meses, pero al final no pude asistir y con gran dolor me lo perdí. ¡No recuerdo por qué! Creo que me tocaba hacerme el blower esa noche o mi gato se fugó con el auto y se estrelló, no sé. Algo muy trascendental ha de haber sido, como para faltar a la cita con un músico al que admiro mucho. Desde hace unos 20 años que sigo el trabajo de Leonte, desde que irrumpió en la escena local como el vocalista y compositor de Instinto, banda de rock que hizo furor en los años 90"s. Fui fan irrestricto hasta que, luego del segundo disco, el grupo emigró a España; y poco a poco, los años y la distancia fueron haciendo lo suyo para que perdiera de vista el devenir ultramarino de esta agrupación nacional. Sin olvidar jamás su influencia en mí y lo mucho que me acompañaron sus canciones, durante esos años laberínticos de la adolescencia. Por eso me siento muy bien escuchando No hay bestia más feroz que el amor. Es el reencuentro con un universo musical y poético al que siento muy cercano; y que sin saberlo, lo extrañaba. Claro que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos (¡y más vale!); y la patria sonora que palpita dentro de este disco da cuenta de eso: sus versos crudos y sinceros, envueltos en nuevos ritmos y otras exploraciones musicales, hablan de la evolución artística de este cantautor panameño. Que aunque con un diferente sonido, muy bueno por cierto, sigue conservando esa garra de bardo vagabundo que solo sabe ser honesto y apasionado frente al mundo que le toca contar. Más bien cantar. La producción está compuesta por 10 canciones que hablan de amor, como bien señala su título. Pero ojo, no se confundan, que no se trata de ese amor edulcorado y falso que abunda en las canciones rosa y películas de final feliz. Acá la cosa no acaba bien. Tampoco mal, tan solo acaba. Es un viaje por las trampas del amor más honesto y brutal, ese que nos llena de euforia y nos hace volar lejos, para luego estrellarnos irremediablemente y sumirnos en la más triste de las desgracias. Sin culpas, sin reproches, ni víctimas ni victimarios. Sí desgraciados, también un poco averiados; pero convencidos de que pese al dolor y las lágrimas, no hay forma de transitarlo sin acabar destrozado. La bestia no se puede domar. Sabiamente, Leonte aborda también el amor más allá de la pareja, a través de temas sobre el amor a uno mismo, a la libertad, al mundo que se viene a pique y a las ideas que alguna vez tuvimos y vaya uno a saber dónde fueron a parar. En suma, amar lo que somos sin miedo a las consecuencias. Y en todas demuestra su don de compositor y la gran calidad interpretativa que desde siempre lo ha caracterizado; virtudes que con los años, los viajes, las experiencias y las maromas inciertas a las que nos empuja la vida, se han afianzado para convertirlo en un artista de peso y valía. Por suerte, en esta columna no tenemos que resumir la propuesta artística de nadie en estrellas y recomendaciones. Tan solo me despediré diciendo que es un disco muy bello, que arriesga mucho y entrega aún más. COLUMNISTA

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